LA SOMBRA: La dificultad de ser padres es una crisis de la esperanza.
El hecho que la crisis de la paternidad que aflige de un modo verdaderamente preocupante a la sociedad occidental del bienestar en declive demográfico, tenga que ver con una crisis de la esperanza es una afirmación generalmente compartida. El eclipse de la paternidad es la expresión radical de la enfermedad de la libertad, la cual, separada del origen y los vínculos, acaba necesariamente perdiendo todo impulso hacia el futuro replegándose en el proyecto de una autorrealización individualista.
Otra razón que nos impide entender correctamente el matrimonio como un auténtico camino de santidad es la separación existente en algunas personas entre el ejercicio de la libertad humana y la verdad de la entrega de la vida como plenitud. Nos referimos a la disociación sufrida en la comprensión entre ser esposo y ser padre, ser esposa y ser madre. La dramática ruptura entre el amor de un hombre y una mujer y la fecundidad. Esta fragmentación es signo de una separación entre vocación y santidad que afecta de forma directa al matrimonio. Si la paternidad se considera electiva y a merced del arbitrio humano, entonces ha dejado de ser imagen de la Paternidad divina, de la santidad de Dios. La santidad, en todo momento es una exigencia de una paternidad, de una generosidad última, imagen de la generosidad inicial de Dios de la que no somos dueños, ni árbitros, sino sólo intérpretes.
La crisis de la paternidad y la maternidad
Se manifiesta en la dificultad o incluso el rechazo de asumir el peso, que se advierte como excesivamente gravoso, de dar vida a los hijos. Aumentar la familia, más allá de la pareja, no se da ya como algo que viene de por sí, no se acepta como una dinámica de desarrollo natural del amor conyugal. Hoy, más bien, se vive como una decisión a tomar, una grave decisión, y a menudo la autorrealización de la misma pareja pasa a ser el criterio prioritario de tal elección. El hijo aparece como un proyecto humano que es evitado o es, por el contrario, querido directamente, incluso a toda costa, llegando a acudir a los mediante medios artificiales para suplir la esterilidad conyugal. Evitar un hijo o producirlo, parecen dos actitudes contrarias, pero en realidad son las dos caras de una misma concepción del hijo, que pasa a ser visto como el producto de la elección de los padres.
Pero esta crisis de la esperanza va más allá. La realidad, hoy, es que impera una mentalidad “anti-vida” (Evangelium vitae, 28) que no ve la vida como una bendición, sino como un peligro del que hay que defenderse. Se ha discutido mucho sobre las causas de la disminución del número de hijos. Se habla, sobre todo, del progreso económico y de los cambios de las condiciones de vida que ese progreso ha traído consigo (recuérdese los “dinky”). Miedo, angustia, egoísmo, ignorancia, todo esto ha contribuido al nacimiento de la mentalidad anti-vida que desconoce o rechaza la inmensa riqueza espiritual de la vida humana. Pero la razón última de esta mentalidad es, como dice Juan Pablo II, la ausencia de Dios en el corazón de los hombres, cuyo amor es más fuerte que todos los miedos del mundo juntos, y los puede vencer ( Familiares consortio, 6. 30).
LA LUZ: Llegar a ser padres y madres: volver a encontrar la esperanza del futuro
Pero la esperanza no vive de sí misma, es la más sorprendente de las virtudes; para poder esperar es necesario haber recibido una gracia verdaderamente grande, es necesario ser muy feliz, decía Charles Péguy 3.
La sobreabundante fecundidad del don originario fructifica en el sacramento del matrimonio como una apertura generosa a comunicar el don recibido. “La grandiosa ley del amor ¿no es acaso la de darse el uno al otro, para darse juntamente?”. No se trata ahora de una regla impuesta extrínsecamente, sino de la dinámica inscrita en el amor. Y por tanto, la paternidad y la maternidad no se configuran ni como un proyecto puramente humano que haya de ser deliberado con cautela en orden a construirlo desde las propias fuerzas, ni como un pretencioso derecho absoluto como si el hijo fuese el objeto de una reivindicación.
Nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2220) que «los padres no sólo dan lugar al hijo en cuanto origen, sino que lo sostienen continuamente en el camino de la vida, lo alimentan, lo educan, lo preparan y lo conducen hacia la madurez. Y, en el caso de los padres cristianos, le transmiten la fe». Los padres son cooperadores del amor de Dios Creador y son los representantes de Dios en su paternidad y los primeros en transmitirles la experiencia de un amor incondicionado, gratuito e irrevocable, que permita a los hijos responder con gratitud y obediencia. Esta experiencia del amor gratuito de los padres conduce a la experiencia del amor gratuito de Dios.
Terminemos ofreciendo una nueva luz de esperanza sobre las familias…
LA LUZ: familia, tú eres el gozo y la esperanza
Era el 8 de octubre de 1994 cuando Juan Pablo II celebraba la vigilia de la I Jornada Mundial de la Familia y recordó el Concilio Vaticano II. A la pregunta clave de: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?, el Concilio afirmó que la Iglesia es “Luz de las Gentes” ( Lumen Gentium). Luego convirtió este recuerdo en desafío y preguntó a su vez: “Y tú, familia, ¿qué dices de ti misma?” La respuesta fue clara, ya indicada en el Concilio:
“Familia, tú eres Gaudium et spes!”; “¡Tú eres el gozo y la esperanza!”.
La indicación era clara: no se puede responder a esta pregunta con la solución de problemas, sino con una vida llena de gozo que genera la esperanza entre los hombres.
Querría ilustrar este tercer apartado con dos películas italianas: “La vida es bella” de Roberto Benigni (1997) y “Casomai” (Comprométete, 2002) de Alessandro D’Alatri.
1. “La vida es bella” nos demuestra cómo en las circunstancias más adversas se puede hacer familia. Su enseñanza: el gran problema del matrimonio y la familia actualmente es que ha dejado la iniciativa a las circunstancias y a la sociedad, como esperando tiempos mejores y la consecuencia de esas circunstancias son cada vez más complejas.
La película nos invita a devolver el protagonismo a las familias. Son ellas las protagonistas de sus propios matrimonios y de sus familias. En eso no pueden delegar en nadie. Tienen su propia historia, que es una historia de amor, en la cual las circunstancias que viven no son sino verdaderas llamadas a responder con un amor siempre nuevo. Es de este modo como el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia se entiende que no es simplemente un conjunto de exigencias, es una llamada a una vida en plenitud.
2. “Casomai” (Comprométete) podría traducirse en español como “En el caso de que sucediera”. Se trata de la ficción que un joven sacerdote recrea en la boda de unos novios, figurándose cómo podría llegar a ser su futuro. La novedad de este largometraje está en manifestar con toda crudeza que la aventura del matrimonio requiere una esperanza verdaderamente fundada, pues si es cierto que una vida sin esperanza es muy triste, aún hay algo más triste, y es tener una esperanza sin fundamento. La trama de la película va sugiriendo cómo entre los diversos fundamentos en los que se apoya la esperanza que anima la vida del matrimonio, uno imprescindible es la ayuda de la sociedad, de los amigos, de los profesionales, de la legislación. Con verdadero arte el director va mostrando paso a paso cómo un matrimonio, rico de promesas, acaba naufragando precisamente por la soledad en la que se encuentran al ver cómo la sociedad vuelve la espalda a su esperanza.
En conclusión, ninguna sombra o crisis podrá desnaturalizar la esencia de lo que es la familia. La familia es… la luz que nos guía en el camino de ser felices…santos. Por todo ello, Es en la familia donde creo, donde amo y donde espero.
Dimensiones Pastorales,Vocación al matrimonio by Ramon Acosta Peso - Master CC Matrimonio y Familia - 3 hijas
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